domingo, mayo 23, 2010

vientos huracanados para Javier Acosta

Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Javier Acosta y su Libro del abandono
Con Antonio Cisneros y Tomás Segovia tuve el honor y el gusto de integrar el jurado del Premio de Poesía Aguascalientes que este año eligió El libro del abandono amparado con el seudónimo Eida Nnod (es decir, Don Nadie).
Dijimos en el acta que la obra de Eida Nnod es un libro inundado por un cierto misticismo curiosamente escéptico; dijimos también que en sus páginas hay una gran sinceridad, sin que esto (es decir la sinceridad) tenga que ser por fuerza una virtud literaria, pero que en este caso lo era porque mostraba coherencia entre el discurso y el propósito.
Luego supimos que el místico escéptico se llama Javier Acosta, a quien ninguno de los tres jurados habíamos leído. Mejor para él y mejor para nosotros: descubríamos, para nuestra experiencia personal, a un poeta magnífico, y el poeta, creo yo, podía sentirse contento de haber sido leído verdaderamente por tres lectores también anónimos. Esta es la maravilla del anonimato que un día celebró el gran Antonio Machado: leer al poeta y no al autor; leer en los libros y no en el prestigio o en el prejuicio.
Ya publicado El libro del abandono (Era/ INBA/ Instituto Cultural de Aguascalientes, 2010), lo releo ahora, por cuarta ocasión: es un libro digno de releerse. De la primera sección (La escalera de Jacob) cito “La lucha con el ángel”: “Tomé un ángel con tus manos,/ lo sujeté por el cuello,/ lo sujeté por los cabellos,/ lo sujeté por las alas,/ lo sujeté por las orejas,/ lo sujeté por la voz,/ no lo solté hasta que te bendijo./ Lo solté hasta ese día/ en que leerás estas palabras.”
John Cage y Leonard Cohen acompañan la música y el sentido de este libro. No son sólo epígrafes, sino también lecturas, motivaciones y empatías. En uno de los “Salmos del inventor de salmos” la Sulamita habla con dolor e ironía o con la ironía que da el dolor: “Cuando aún me amabas/ lloraba a diario/ pensando en estos días// abandonada a mi suerte/ debo volver a la desdicha/ de no estar a tu servicio// me ordenaste no pensar en ti/ buscar otros amantes/ ahora soy doblemente infeliz/ pues te desobedezco.”
En “Lo inescrito” sabemos que: “Nunca es lo que se pide. Es lo que se da. La súplica más perfecta, la más amorosa, la más desinteresada: la más indiferente. La entrega que suplica nada recibir. La misericordia. El abandono.”
Javier Acosta nació en Zacatecas en 1967 y tiene formación filosófica; ha publicado cinco títulos de poesía y otro de reflexión, y en 2006 obtuvo otro importante reconocimiento: el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde que concede la Universidad Autónoma de Zacatecas. Es un poeta que sabe lo que quiere y que, además, lo sabe decir. Leerlo, para mí en lo personal, fue un descubrimiento. Y conste que no todos los días se descubren poetas.
Me queda claro que el Libro del abandono no es un libro que él haya escrito para ganar un concurso, sino para no perder la vida, como se deben escribir todos los libros de poesía, para que luego el azar y la necesidad hagan su parte y a lo mejor hasta logren el premio en un concurso.
Al leer algo de lo que los periodistas nos obligan a decir a los poetas, cuando, como afirmó William Carlos Williams, tratan de sacar noticias de un poema (lo cual es dificilísimo), siempre me queda la sensación de que por más que tratemos de explicar la poesía, ésta sólo se cumple, de manera efectiva, en la vida misma.
Por ello me dio alegría leer algunas de las palabras de Javier Acosta en los periódicos: dijo que huyó de lo artificial, que dejó fluir su pensamiento y su emoción, que se despojó de prejuicios, y que hasta dejó de sentirse únicamente poeta para escribir realmente poesía. La poesía es comunión y revelación, pero hay poetas que se sienten poetas hasta cuando no son poetas.
Acosta explicó a los periodistas: “Cuando estoy con mi hijo he querido hablar con él con la mayor honestidad posible, y de alguna manera eso lo trasladé a mi obra.” Añadió que la poesía nos hace poner los pies en la tierra y nos libera de las falsas urgencias del mundo para que retornemos “a la simple experiencia de habitar, de estar vivos, de existir”.
Cada vez es más cierto que “la poesía sucede”, aun contra el poeta mismo. (“Hay poesía tan pronto como nos damos cuenta que nada poseemos”, diría Cage.) Javier Acosta lo sabe, y lo expresa muy bien: “Cada cosa en el mundo sabe su canción,/ sólo mi voz busca la suya”.