sábado, mayo 31, 2008

LITERATURA Y URBE

“Todo escribe a nuestro alrededor, es lo que hay que llegar a percibir. Todo escribe”.
Marguerite durás

Hablar de literatura, es innegablemente hablar del animal que observa, discierne, siente deseo, furia, abandono, soledad, placer; digamos, del homosapiens, y a esto último podemos ponerle todas las comillas que ustedes gusten.
Todos los acontecimientos humanos (o humanizados) son susceptibles de escribirse, a tal grado, que bien podemos encontrarnos en ese mar de caracteres: desde un personaje que fuma, otro que cocina, uno que bebe, alguno que asesina, otro que se suicida, que observa, que recuerda, que llora rabiosas lágrimas, esto, sólo por exponer quizá los más someros prototipos. Mismos que, de manera obligada obedecen coactivamente a una seria de acciones que, como bien sabemos: suceden en un espacio y tiempo bien delimitados en los mejores casos.
El espacio de acción de una buena parte de la literatura nacional contemporánea es la ciudad, casi sin importar sus dimensiones geográficas económicas o políticas. Lo mismo puede suceder en una gran metrópoli, en una cosmopolita ciudad fronteriza que en un pequeño pueblo de sur del país cuyos problemas pueden llegar a ser, curiosamente, semejantes a los conflictos sociales de las grandes urbes. Si algo le ha dejado la globalización a la literatura, además de los grandes monopolios editoriales, es precisamente la similitud de los temas, digamos nuevos, solo por llamarles de alguna manera, porque la migración, la violencia, la pobreza, el urbanismo, el feminismo, la marginación, la depresión, la marginalidad, las crisis económicas, las guerrillas, etc., representan sucesos que distan mucho de poder encajar en el concepto de nuevos.
Sin embargo es justamente el elemento mágico, lo que convierte en literatura los sucesos cotidianos, y cuando digo mágico hablo de la ilusión, de cuanto más real resulta ser la ciudad que imaginamos a sugerencia de un autor, esa que podemos recrear, confrontar y modificar a nuestro antojo, porque nuestras imágenes se alimentan de nosotros mismos de nuestra sensibilidad y deseos más profundos. La imaginación llega a tener pues su propio impulso, corrigiendo, ampliando y completando la realidad más absurda e inmediata. Nos convertimos así en artesanos maravillados de nuestro propio pánico. La magia entonces se convierte en la melodía de las acciones, de las cosas urbanas y asquerosamente comunes, de las palabras escritas o no. Al respecto viene bien una frase del poeta chileno Raúl Zurita, que dice “Generalmente escribo sobre todo aquello que físicamente no podre ver”.
Aquel que escribe, y otro no menos significativo, ese que lee, persiguen fines poco distantes a lo expresado por Zurita. La urbanidad resulta ser entonces ese referente obligado, el espejo ardiente donde nuestras vidas, sueños, miedos, deseos o todo aquello que huela sangre, a hueso, a excreción orgánica. Conviven en una realidad paralela que algunos todavía llamamos literatura.
No hemos sido felices, es quizá la principal razón por la que se escribe, esa necesidad abyecta por llenar los huecos en que el silencio anida. En esa soledad dispuesta por y para, Escribir, libros desconocidos incluso para el que los escribirá. El recuerdo de espacios que no habrán de existir más allá del recuerdo, de la memoria ficticia, la sensación omnipresente contenida en el sitio donde alguno escribió, un ser con la escritura como único equipaje vital, inmerso en ese cabalístico aislamiento sin el que la obra no se engendra. Es el cuestionamiento acerca de toda esa mudez que rodea cada momento ordinario, al bajar la escalera, hervir el café o asomar a la calle.
Sólo en el mutismo el autor percibe a ese acompañante místico que obliga la persistencia de un ritual inconsciente, que precisa de una luz delgadamente pactada, cierta mesa, determinada bebida, desconectar teléfonos, cerrar ventanas, música, o no música, manchas de tinta, saliva o tabaco dispersas por el sitio de labores y el escondite exacto para cada texto. Todo un ceremonial que a los desavenidos del trabajo ordenado nos impide adquirir esa armonía, la soledad propia, reconocible en espacios aislados entre sí. Y justamente entonces: escribir, sin cómo ni porqué, sólo con la fundamental necesidad de decir, Hallarse en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará, ese encuentro axiomático que es no tener mínima idea ni el más simple argumento para empezar un libro, frente a ese instante tan innegable como aterrador, por ello, en sentido estricto, no cualquiera es un escritor, en cambio, cuando un libro está ahí exige ser terminado y uno escribe
Puede sonar fácil y retórico hablar de la cabrona soledad del autor, podemos pensar que la hemos padecido, que es horrible, y sin embargo, más allá de todo, es difícil, complicadísimo encontrarla, hacerla, construirla, obedecerle inmersos en un mundo atiborrado de cacofonías, pero sobre todo, reconocer qué sonidos forman parte de la nuestra propia, cuales la constituyen, es la noche y no la muerte si no el momento tenue de su arribo.
Se escribe sin saberlo, se encuentra uno en particular soledad. Igual se puede no escribir y también reconocerse solo. No llorar no significa no vivir, pero no se produce la liberación. Por mi parte he confiado siempre en lo desconocido y en la tangible desesperación que no cesa. Porque no se trata de una reflexión, hablamos de cierta facultad que nuestro entorno nos impone. Porque algún día todos caminaremos a casa, atravesando las pestilentes nubes de lo que fue nuestra ciudad.
“La escritura: la escritura llega como el viento, esta desnuda, es la tinta, es lo escrito y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.”
M. Durás



Bernardo Araujo

jueves, mayo 15, 2008

la memoria resentida del tiempo

"Una vidano basta para descubrir los infintos sabores dela menta, las luces de la noche o la multitud de colores de que están hechos los colores. Pero ya es demasiado tarde y tienen que deir adios y descubren que en un ricón está su vida esperándoles y sus ojos se abren al paisajesombrío de sus disputas y sus crímenes y se van asombradas del dibujo que hiceron con sus años"

Elena Garro
Los recuerdos del porvenir