domingo, marzo 30, 2008

sobre "El germen del desasosiego"


Un signo para esquivar la muerte

En alguna ocasión perdida en los anaqueles empolvados de mi memoria, escuché decir que: La lluvia es buena para todas las cosas que viven solas. Al terminar la lectura de El germen del desasosiego, está frase, que hasta entonces había permanecido impasible, esperando quizás este justo momento; decidió por dictamines secretos, venir a convertirse en mi puerta de acceso al texto que hoy comento.

El germen del desasosiego, a decir de su autor, es una colección de vergonzantes confesiones, de las cuales nos comparte ese sabor amargo del fracaso, de la ausencia. Este cultivador de jardines de arena nos dice al texto si repito estos versos ahuyento el dolor, versos que nosotros, lectores desapercibidos, repetimos después en voz baja y hacemos presentes los dolores propios para exorcizarlos en el transcurso de la lectura.

Sin esperar más, a la altura del segundo poema Gerardo lanza una expresión devastadora, incluso para el más indiferente: las palabras tuvieron precisión quirúrgica / ¡tu padre ha muerto! Luego se mira en una vieja fotografía donde se desconoce, ahí se encuentra, quizá, la primera revelación del germen del desasosiego: en el destello de los ojos del ser amado, ese objeto de deseo, en los últimos matices de un otoño sombrío, casi profético. Aquel espacio vació entre los amantes que convoca la tristeza y todos sus bemoles.

De entre los versos surge Lola, la cómplice del exilio familiar, la que mitigó el dolor de los azotes un verano, que se convirtió en todos los veranos a partir de entonces. Esa estrella prolongando el perfume de una ausencia.

Igual que se dice con frecuencia: somos lo que comemos, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que leemos… Gerardo afirma: soy lo que escribo, se desnuda frente a nuestros ojos, se arranca de la piel cualquier pudor. Omite el uso de los laberintos engañosos de la retorica para mostrarnos su poesía directa, fluida, fácil, y cuando digo fácil quiero decir sin rodeos ociosos, desenfadada y franca, sin formalismos ni coqueteos intelectualoides. Porque Este horizonte terroso y cruel no permite metáforas. Nos dice.

Se trata pues de desafiar la muerte y todas sus analogías menores, como la espera, la monotonía, la inercia de las cosas del mundo visible y no visible. Nos invita a la celebración de las pequeñas cosas como remedio para disuadir cualquier ausencia, ahogarla en la agonía de una botella de licor y unas velas en esa noche que pudo ser común, pero se convirtió en un carnaval de esqueletos conmovidos por un concierto para chelo.

La pertinaz llovizna en esta tierra del olvido
/ El perfume del hierbanís después de la lluvia.

El aleteo de una: pendenciera mariposa de bar, como Gerardo llama en su texto Tres notas que desechó la Agencia Reuters, al célebre viejo indecente de los Ángeles, Charles Bukowsky. Envueltos en esta atmosfera beoda, el poeta nos brinda al calor de algunos tragos de mezcal, un bolero escapando de una rocola vieja y triste que llegan para desbordar la noche y todos sus espíritus lastimeros emergen.

El llanto nocturno / que casi siempre / es un visitante inesperado
El germen del desasosiego, representa el instante impredecible de una tarde después de la lluvia, la evocación de una nostalgia rabiosa. La develación de los primeros encuentros memorables de un individuo con el amor, la pasión, el deseo impávido de la temprana juventud, el abandono, la desolación, la tristeza y la muerte. Un torbellino de fragmentos de pasado, que te golpean la cara como una bofetada de viento, que invita al lector a fijar la mirada en una higuera bajo la cual arden todavía las cenizas de los descubrimientos prohibidos durante la infancia. Donde el sabor de los besos perdidos aguarda al visitante ingenuo, que sentado a su sombra se humedezca los labios con el índice, con la lengua, con agua de lluvia derramada; y entonces se introduzca en ese laberinto de momentos, sensaciones y aromas que sobreviven al paso del tiempo. Que nos inyectan la gratificante perversión por apostar a la vida, al sueño, a los poemas. Y entonces, solos después de la tormenta, preguntar: ¿en cuál esquina de la vida me extravié? ¿En que momento hemos perdido nuestra natural capacidad de asombro?

El germen del desasosiego de Gerardo del Río, resulta ser, entre otras cosas, una luz roja en el camino, una razón para detenerse, mirar atrás y respirar profundo. Un signo luminoso para esquivar la muerte, el tedio, la atroz monotonía de la vida actual, el implacable paso de este tiempo voraz y tenebroso.
Bernardo Araujo

viernes, marzo 21, 2008

TODOS INVITADOS

el próximo miercoles 26 de marzo presentaré mi primer libro de cuentos: "Llorar el viento" en el cafe-libreria ARLEQUIN , a las 8:00 pm





LOS ESPERO

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