sábado, octubre 28, 2006

jueves, octubre 19, 2006

Ahora respóndele a M. Durás

“Esto es todo”

¿Tienes miedo a la muerte?
¿Tu libro preferido por encima de cualquier otro?
¿Irías al paraíso?
¿Y después de la muerte que queda?
¿Quién se va a acordar de ti?
¿Qué te preocupa?
¿Tienes un titulo para el próximo libro?
¿Para que sirve escribir?
¿Quién eres?
¿Qué haces?
¿Escuchas este silencio?
Entonces ¿Qué será lo que quieres intentar escribir?
¿Qué hacer para vivir un poco? Todavía un poco
¿Para aliviar la vida?
¿Quieres añadir algo?

Nunca se sabe, con antelación,
lo que se escribe.
Todo es vanidad y persecución del viento.
Estas dos frases dan toda la literatura de la tierra


Marguerite Duras, Esto es todo
(20 de noviembre de 1994)

sábado, octubre 14, 2006

Marguerite Duras "Escribir"


“Todo escribe a nuestro alrededor, es lo que hay que llegar a percibir. Todo escribe”.

Se esta solo en casa, y no fuera, si no dentro. En el jardín hay pájaros y gatos. Así comienza el texto, Escribir, desmesurado e intimo como su autora. Calculando una exposición de motivos que al final del libro se tornarán irrefutables: En un jardín no se está solo. Pero, en una casa, se esta tan solo que a veces se está perdido. La frase termina de constituirse en esa soledad dispuesta por y para, Escribir, libros desconocidos aun para el que los escribirá, el motivo se nos revela como propio. El recuerdo de espacios que no existen más, la sensación omnipresente contenida en el sitio donde alguno escribió, un ser como Marguerite con la escritura como único equipaje vital, inmersa en ese aislamiento sin el que la obra no se engendra, y si así fuera, se despedazaría. Es el cuestionamiento acerca de toda esa mudez que rodea cada momento ordinario, al bajar la escalera, hervir el café o asomar a la calle. La escritura nunca me ha abandonado, el planteamiento nos voltea la moneda, sólo en el mutismo el autor percibe a ese acompañante místico que obliga la persistencia de un ritual inconsciente que precisa de una luz delgadamente pactada, cierta mesa, determinada bebida, desconectar teléfonos, cerrar ventanas, música, o no música, manchas de tinta, saliva o tabaco dispersas por el sitio de labores y el escondite exacto para cada texto. Todo un ceremonial que a los desavenidos del trabajo ordenado nos impide adquirir esa armonía, la soledad propia, reconocible en espacios aislados entre sí. Y justamente entonces: escribir, sin cómo ni porqué, sólo la fundamental necesidad de decir, Hallarse en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará, ese encuentro axiomático que es no tener mínima idea ni el más simple argumento para empezar un libro, frente a ese instante tan innegable como aterrador, por ello, en sentido estricto no cualquiera es un escritor, en cambio, cuando un libro está ahí exige ser terminado y uno escribe; con sus reglas de oro elementales: ortografía y sentido, nos dice Marguerite. Al final de cuentas saber lo que se ha escrito encarnaría el desastre, quizá el más infame. Por tal razón, desde este punto un libro es siempre algo desconocido, es también todo el silencio reunido en espera de un aúllo por breve que sea.
Escrupulosamente un libro terminado (obvio, cuando se ha escrito) deja de ser propio, impide reconocer en que momento nos enterneció, en que instante estuvimos a punto de tirar la toalla, e indistintamente nos encontramos, solos, igual que antes de escribirlo, no es extraño que el siguiente texto, si es que llega a existir obligue, a veces, a cambiar de espacio. Es únicamente parte del precio.
Al igual que Marguerite, de manera personal puedo confesar que nunca he tenido programación en mis textos, ni horario fijo para trabajar. Además me avergüenza revelar que comúnmente suelo convertirme en mi propio guarura, reviso tanto lo que voy a escribir antes de hacerlo, es para dar asco. No se que es un libro pero lo reconozco cuando lo tengo enfrente, tal vez me equivoque, sin embargo acostumbro correr ese riesgo, de igual forma me considero fiel creyente de la venerable casualidad, del error magnifico que soluciona todo, o casi.
Puede sonar sumamente fácil y retórico hablar de la cabrona soledad del autor, podemos pensar que la hemos padecido, que es horrible, y sin embargo, más allá de todo es difícil, complicadísimo encontrarla, hacerla, construirla, obedecerle inmersos en un mundo atiborrado de cacofonías, pero sobre todo reconocer que sonidos forman parte de la nuestra propia, cuales la constituyen, es la noche y no la muerte si no el momento tenue de su arribo. Se escribe sin saberlo, cuando se hace un libro, pero un libro, se encuentra uno en particular soledad. Igual se puede no escribir y también reconocerse solo. No llorar no significa no vivir, pero no se produce la liberación, no la liberación de Duras, algunos necesitan llorar, otros necesitamos para no llorar, escribir, o escribir para llorar, o para hacer llorar, ya sea por calidad, por sensibilidad o en el peor caso debido a la total ausencia de estos elementos. Por mi parte he confiado siempre en lo desconocido y en la tangible desesperación que no cesa. Porque no se trata de una reflexión, hablamos de cierta facultad.

Si se supiera lo que se va a escribir antes de hacerlo, nunca se escribiría. No valdría la pena.
La escritura: la escritura llega como el viento, esta desnuda, es la tinta, es lo escrito y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.



Bernardo Araujo